Sea porque tengo algo de voyeur, o sea por otra cosa, lo cierto es que cuando me encariño con un personaje y con su forma de ver el mundo, me gusta permanecer junto a él.
Es lo que me ocurre con Frank Bascombe. Acompañándolo, cómodamente instalado en su suburban, a lo largo de las costeras poblaciones de NJ, ponderando las virtudes inmobiliarias de cada suburbio, barrio o localidad, y valorando su potencial económico mientras valoramos las virtudes del periodo permanente me siento cómodo, calentito, confortable, como en casa.
Lo mismo me ocurre cuando leo las reflexiones apesadumbradas y cargadas de temor, pero profundamente optimistas, de FB mientras se aproxima el tan ansiado como temido finD padre-hijo junto a Paul, el extraño retoño de FB.
FB sigue siendo el mismo. Derrotado, en este caso porque su segunda esposa le acaba de abandonar. A la deriva, cínico, resignado, con su buen corazón y su amor por el prójimo, excepto cuando el prójimo vota a Bush.
Una parte de la novela, quizá la más importante, gira alrededor de las dificultades comunicativas de los padres hacía los hijos. Frank siente un amor desbordado e incondicional hacia su hijo Paul, y por siente una admiración infinita hacía su padre. A pesar de ello, la relación es difícil e insatisfactoria para ambos. Como la vida misma.
Muy buena novela.