sábado, 27 de febrero de 2016

Libertad, Jonathan Franzen

Gran novela edificada sobre el triángulo, amoroso, sexual y vital formado por Richard, músico atractivo y amoral, Patty, exdeportista depresiva y oscilante, y Walter, activista y progresista a muerte.


Las novelas de Franzen, como las grandes novelas, no va de nada. Franzen nos coloca en un entorno geográfico y temporal, y tras  dotar de espíritu vital a sus protagonistas, los deja evolucionar ante nuestros ojos. Leyendo su novela y viviendo junto a sus protagonistas durante 800 páginas, además de disfrutar su muy agradable estilo, nos hacemos más sabios.


Sabios porque leer una novela ambiciosa y perfectamente acabada es lo más cerca que estaremos de vivir vidas que no son las nuestras.


Hay algo de Dostoievski en la capacidad de Franzen de plasmar sobre el papel la introspección de sus personajes.


Franzen nos mete en la vida de los Berglund, a ratos desagradable, a ratos incómoda, siempre interesante.

Cartago, Joyce Carol Oates

Las novelas de Joyce Carol Oates me dejan un poco frío. Son como folletines. Folletines del siglo XXI, muy bien escritos, pero solo folletines.

Leyendo sus novelas, apenas tengo la sensación de trascender un relato ficticio para tomar contacto, de manera iluminadora, con alguna parcela de la realidad de interés. Si una novela no proporciona ese contacto, aparte de la pura diversión, que puede llegar a ser tan grande como necesaria y liberadora, no vale la pena.

En el caso de Carthage, apenas se consigue esa trascendencia. Acaso, y de manera no suficientemente intensa, esa parcela de realidad con la que conectamos sería la ocupada por los excombatientes de las guerras norteamericanas de principios del siglo XXI cuando vuelven a casa: su destrucción como seres humanos normales, caso de existir algo parecido a seres humanos normales, para convertirse en restos de un naufragio a la deriva, anclados, eso si, de por vida, a medicación y psicoterapia.

No veo por ningún lado esa supuesta candidatura al novel de Oates. Buena escritora, sin duda. Prolífica y con recorrido. Como no. Valiente para abordar temas difíciles. Por supuesto. Pero quizá haga falta algo más. Ese algo que, por poner solo un ejemplo, derrocha su casi coetaneo Roth.

domingo, 14 de febrero de 2016

Las correcciones, Jonathan Franzen

 

Alfred, jubilado, con parkinson, dominante e insatisfecho.


Enid, su esposa, a la que la envidia y su obsesión por las apariencias la hacen muy infeliz.


Gary, el hijo mayor, enredado en un matrimonio tóxico con Caroline y en una paternidad no menos tóxica con Jonah, Caleb y Aaaron, disfrutando de dinero, prestigio y posición. Su deseo de dominio y su odio le amargan la existencia.


Nadine, la hija mediana, cocinera de éxito, aunque su inestabilidad afectiva la hace ir a la deriva. Pese a ello, es el único núcleo estabilizador de la familia.


Chip, inmaduro, aventurero, inconstante, adorado por su padre e incomprendido por el resto de la familia.


Estos son los personajes.


Y el tema? La obsesión por las correcciones domina, pero hay algo más. Quizá el sentimiento de fracaso y un cierto nihilismo rodeado de éxito profesional y financiero.


Y tristeza, mucha tristeza. Y un estilo narrativo, divertido y ágil. Y un sentido del humor muy irónico. Mejor que irónico, mordaz.


Lúcida y dramática aproximación al Parkinson. Es inevitable sufrir con Alfred ese viaje hacia la nada.


Y por aquí y por allá, elementos propios de norteamérica: la dispersión familiar, la dificultad para afrontar jubilaciones y gastos médicos, adicciones, el vecindario y su importancia, al vida en las flatcities, la correccion politica,...


Novela grande, grande, grande..