lunes, 4 de febrero de 2019

Los dioses tienen sed, Anatole France

En ocasiones, un tipo normalmente constituido que lleva a cabo su trabajo con celo puede ser el responsable de cantidades infinitas de sufrimiento. No por maldad o enfermedad moral, sino por pura responsabilidad.

Este enunciado fue elevado a la categoría de afimación filosófica por la alemana Hanna Arendt, en relación con el juicio por crímenes contra la humanidad de Adolf Eichmann, en 1961. Desde entonces, esta o parecidas reflexiones suelen ser conocidas como la banalidad del mal.

En cierto modo, Los dioses tienen sed es una recreación literaria de la banalidad del mal.


Francia, 1794. Estamos en el periodo más insoportablemente
 violento de la revolución francesa: la convención. Robespierre es el héroe aclamado de la Francia revolucionaria. Cualquier exceso es poco si es en la defensa de la revolución y sus ideales más radicales.

Evariste Gamelin es un escritorzuelo subyugado por la pureza inhumana de la revolución. Es un hombre bueno, justo y honrado. Pero esas virtudes, en un tribunal de la convención, se transmutan en pesadas cargas para la ideas de justicia y piedad.

Asistiremos a los últimos excesos de los tribunales de la convención y la posterior reacción termidoriana. Todo ello en medio de una gran violencia formal y de un catártico, a la par que metafórico, baño de sangre.

Por lo demás, el estilo narrativo de Anatole France es, quizá, demasiado seco. Ademas, los protagonistas y los hechos históricos, siempre presentes en la narración,  hacen que ésta, en ocasiones, sea difícil de seguir. Y más para alguien alejado geográfica y temporalmente de los sucesos narrados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario