miércoles, 5 de enero de 2011

La montaña mágica, Thomas Mann

Acabo de releer una de las grandes novelas del siglo (pasado): La montaña mágica.

En su día, hace 7 u 8 años, la leí casi entera, y aunque guardo muy buen recuerdo, no llegué a terminarla.

La he leído a lo largo de estas navidades y he disfrutado del libro muchísimo. Hans Castorp, el sanatorio y el clima creado en la novela me parecen algunas de las más grandes creaciones literarias que conozco.

La historia, es bien sabido, comienza cuando Hans, joven ingeniero perteneciente a la burguesía industrial hanseática, aprovecha unas vacaciones para hacer una, breve en principio, visita a su primo en el sanatorio donde este convalece a causa de una enfermedad respiratoria.

En la novela pasan pocas cosas. En realidad, casi ninguna. ¿Donde está, pues, el interés y la capacidad adictiva de la novela? Sin duda en en la progresiva disolución de Hans en la  vida del sanatorio. De modo un poco Kafkiano, el viejo Hans desaparece, y aparece un nuevo Hans, con otra actitud hacia la vida, más vital, pero también más reflexiva espiritual e introvertida. Podríamos decir que el sanatorio imprime carácter.

Es fantástico el relato de la vida de Hans en el sanatorio y de sus importantísimos ritos: el paseo, la comida, las visitas medicas, los reposos al aire libre,...

Impecable la descripción del clima que reina en el sanatorio. No encuentro adjetivos para describirlo. Los que me vienen a la mente son morboso y lujurioso, pero no estoy seguro de que sean los adecuados.

Absolutamente maravillosa la visita del cónsul Tiennapel, tío de Hans. No menos maravillosa la escena de la tormenta de nieve.

Y todo ello trufado de reflexiones y discusiones acerca de las grandes cuestiones: el tiempo, el amor, el progreso, la guerra, la enfermedad, la filosofía, ...

Absoluta e ineludiblemente recomendable.

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