El agente Smiley aparece en ocho de las novelas de John Le Carré. De ellas, en cinco, tiene un papel relevante y, en estas cinco, hay tres que forman algo semejante a una serie o trilogía: El topo (1974), El honorable colegial (1977) y La gente de Smiley (1979).
Acabo de leer esta última, que da fin a la trilogía. De las tres, es en ésta en la que George Smiley cobra un mayor protagonismo y, por tanto, es en esta novela en la que podemos conocer con más profundidad a este personaje, la mayor creación literaria de la novela de espionaje.
En esta novela, concluye la caza de Karla, jefe de los espias soviéticos e imagen especular de Smiley al otro lado del telón de acero. Cobrar esta pieza de caza mayor permitirá a Smiley, si no lo había conseguido ya, convertirse en un mito y maestro para espías y aspirantes a espía.
A lo largo de la narración, seremos la sombra de Smiley y le acompañaremos, tanto en apasionantes investigaciones como en emocionantes y peligrosos trabajos de campo.
La grandeza de Smiley está en su astucia, su humanidad, su discrección y su humildad. Smiley es tan atractivo porque, como enseguida queda claro, es un perdedor y eso siempre le hace atractivo. Es un perdedor, porque a pesar de su indudable pericia profesional, a la devoción de sus colaboradores y al respeto de sus enemigos, en su vida personal no es capaz de retener a su lado a su amada Ann. Además, como buen perdedor, tampoco es capaz de romper amarras y de liberarse de la pesada carga que le supone su constante añoranza.
La trama, compleja como siempre. La narración, ágil y eficaz. Los diálogos siempre notable y, en ocasiones, como en el decisivo interrogatorio de Grigoriev, magistrales.
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