lunes, 22 de abril de 2013

Trainspotting, Irvine Welsh

Trainspotting es la primera novela de Irvine Welsh. El éxito de la novela fue tal, que al poco tiempo se rodó su adaptación cinematográfica. La película tuvo un éxito todavía mayor, por lo que hoy en día se ha convertido en uno de los elementos icónicos de la generación nacida a principios de los 70.

Trainspotting es una gran novela coral. Sus personajes, Renton, Spud, Begbie, Sick Boy y los demás, son tipos cualquiera salidos de los barrios de Edimburgo en los años en los que la heroina segaba vidas y consumía haciendas. Todos ellos son tipos sin expectativas, derrotados por la vida, cosumidos por sus adicciones y sin más ocupaciones que conseguir el próximo estímulo que les impulse un poco más a lo largo de ese trayecto sin destino que es su vida.

La novela es muy triste, pero eso no quiere decir que no haya momentos para la sonrisa e incluso para la risa descarada. Welsh está decidido a poner delante de nuestras narices la fealdad, la cutrez y la mugre del mundo del drogota porque ese es su objetivo, pero no nos dejará solos ante el peligro. Siempre habrá, cerca, a la vuelta de la página, algo que nos mueva a la risa y que nos permita seguir adelante y no dejar, asqueados, la novela. Pero no dejaremos la novela, porque el lector piensa que esta novela, como todas las grandes novelas, nos está contando algo importante.

La tristeza que emana la novela tiene origen en la desesperación con la que los pobres diablos que la protagonizan afrontan su futuro. Rents, Spud y los demás ponen sus esfuerzos en conseguir otro cheque del paro que les permita aguantar hasta que encuentren un curro de mierda que les permita conseguir un nuevo cheque del paro. Y todo ello sin salir de sus barriadas de viviendas sociales.

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