viernes, 17 de agosto de 2018

La posibilidad de una isla, Michel Houellebecq

La sexualidad, el amor y la muerte, como siempre en  las novelas de Houellebecq, dominando la narración.

Y una estructura narrativa original y atrevida. La novela está construida en torno a las entradas de los diarios vitales de Daniel1, Daniel24 y Daniel25, separados entre si por un par de milenios.

Y es que, en cierto modo, estamos ante una novela de ciencia ficción.

El progreso tecnológico del ser humano a lo largo del siglo XXI ha sido tal que, en algún momento, se ha conseguido, de manera más o menos rutinaria, la transferencia del contenido mental de una persona a un cuerpo creado a su imagen y semejanza. De esta manera, cuando el proceso de envejecimiento se hace suficientemente penoso, se crea un clon del sujeto, apenas veinteañero, al que se copia el contenido mental del sujeto envejecido.  En otras palabras, el ser humano ha superado la única barrera que le quedaba por traspasar: la de la inmortalidad.

Por lo demás, el futuro en el que viven Daniel24 y Daniel25 es extraño y distópico. Lleno de vacío. ¡Que gran contrasentido!

A la novela quizá le sobren páginas. El relato de la relación de Daniel1 con los Elohim se hace un poco largo.

A cambio, el genio de Houellebecq brilla a lo largo de la novela. Por ejemplo, en la elección del Cabo de Gata y de Lanzarote como escenarios principales de la novela y en la descripción de sus paisajes. Por ejemplo, en el peregrinaje final de Daniel25 a través del gran vacío. Por ejemplo, en la tremendamente emotiva descripción de la relación entre Fox, el perro de Daniel, y su dueño. O entre los diferentes Daniel-es y los diferentes Fox-es. Por ejemplo, en la abundancia de reflexiones coladas por el autor a lo largo de la narración. Interesantes, la mayoría. Cínicas, muchas. Epatantes, casi todas.

Sin duda, hay que leer a Houellebecq.

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