jueves, 2 de agosto de 2018

Plataforma, Michel Houellebecq


Las novelas anteriores de Houellebecq se pueden entender como algo parecido una simulación. Es decir, el autor define a sus protagonistas y el escenario en el que se mueven y, después, les da vida. Ocurren cosas, pero no es lo importante. En cierto modo, son historias sin principio ni final.

Plataforma es diferente. Además, es la más floja hasta el momento.

Estamos ante una historia clásica, en el sentido de aquello tan antiguo de planteamiento, nudo y desenlace. Michel es un triste funcionario del Ministerio de Cultura que, en torno a la cuarentena, deja pasar la vida sin pena ni gloria. No friends. No wife. No children. No pets. No girlfriend.

De manera inesperada y repentia, el padre de Michel muere y Michel queda un poco desubicado. Decide tomar vacaciones y hacer un viaje. Sin objetivo claro... acaba en Tailandia.

Allí pasan los días, esquivando a sus compañeros de viaje, bebiendo cócteles y visitando lupanares. Todo ello sin entusiasmo ninguno y en medio de la tristeza y la desgana habituales en los personajes de Houellebecq.

Una vez en París decide a llamar a Valerie, una de las compañeras del viaje, por la que se sintió atraído, en cierto modo, aunque no se atrevió a intentar ningún acercamiento. Aquí en París las cosas funcionan. Michel y Valerie se enredan en una historia tan apasionada como gratificante para ambos.

Hasta aquí nada del otro mundo. Pero resulta que Valerie es ejecutiva de una empresa de servicios turísticos que está intentando reflotar una docena de complejos hoteleros repartidos por todo el mundo. Y Michel, tan libertino como amoral, propone reorientarlos como santuarios de relax sensual. Obviamente, tras este eufemismo se esconde el turismo sexual.

Hasta aquí, planteamiento y nudo. Del desenlace nada contaré. Sí puedo decir que pocas veces un giro argumental en una novela me ha provocado un impacto tan grande como este.

En general, creo que la novela flojea por varios motivos. El abuso de las descripciones sexuales explícitas es uno de ellos. El argumento no da de si demasiado, es otro.

Y donde Houellebecq brilla, como siempre, es en la creación de sus personajes perdidos, desorientados, neuróticos y frustrados. Tan humanos en sus ansias y preocupaciones y tan deshumanizados en sus modos de vida.

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