miércoles, 12 de septiembre de 2018

El vientre de París, Emile Zola

Buena novela para percibir los rasgos principales del naturalismo.

Uno de ellos es la frecuente presencia de un elemento colectivo e inanimado como personaje principal alrededor del cual pululan el resto de personajes
Aquí el mercado. En otras novelas, la mina, el burdel o la taberna.

Otro es el feísmo. Se puede llamar así a la falta de escrúpulos a la hora de retratar o describir lo desagradable, siempre y cuando lo feo, lo apestoso, lo triste, lo sórdido, sea relevante para la narración.

Florent acaba de tornar, huido de la Cayena, tras ser desterrado por participar en las revueltas de diciembre de 1951, posteriores al golpe de estado de Napoleón III que acabó con la segunda república francesa y prolongará su Segundo Imperio hasta de derrota de Sedán, en 1970, que dará lugar a la Tercera República.

Florent se alojará en casa de su querido hermanastro Quenu, casado con la bella Lisa. Florent no se adaptará al mundo pequeño burgués de su familia y, poco a poco, irá derivando hacia el radicalismo y comprometiéndose con un complot contra Napoleón III.

Mientras tanto, un montón de personajes, articulados en torno al gran mercado central de Les Halles, joya arquitectónica del momento, nos proporcionarán una visión cercana de la vida en el Paris de los pequeños comerciantes.

Las constantes descripciones de verduras, aves, quesos  o pescados son a veces sugerentes y a veces cansinas.

Uno de los puntos fuertes de la novela es la contraposición entre el punto de vista burgués de la bella Lisa y el punto de vista inconformista y revolucionario de Florent. Lisa solo quiere trabajar, ahorrar y progresar. Lisa cree que cuestionar el orden establecido es peligroso y propio de vagos y maleantes. En cambio, Florent piensa que es necesario derribar la dictadura de Napoleon III y que es necesario asumir riesgos. Florent cree que el que vive feliz y progresa es un desalmado.

A veces parece que los personajes se comportan de manera demasiado estereotípica: las vendedoras del mercado hablan, alcahuetean y malmeten. En cambio, los hombres se reúnen, beben, discuten y conspiran.

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