domingo, 12 de mayo de 2019

David Copperfield, Charles Dickens

Dickens es el más grande exponente de la literatura victoriana. En nuestros días, quizá está perdiendo parte del inmenso prestigio que hasta hace poco ha disfrutado.

El motivo podría ser el aire de bestseller folletinesco que, indudablemente, se percibe en la mayoría de sus novelas.

Pero además de ese aire, hay grandes méritos literarios en las novelas de Dickens y que merecen ser destacados.

Por ejemplo, una primorosa y realista descripción de la vida en la Inglaterra victoriana. De hecho, conocemos más por las novelas de Dickens y sus adaptaciones cinematográficas que por los libros de historia.

O una amplísima colección de personajes absolutamente inolvidables, pese a su unidimensionalidad moral.

O un fino sentido del humor y una capacidad para la ironía notables.

O una trama ágil, sólida e imaginativa, que nos conduce, normalmente sin dificultad, a lo largo de 600, 800 o más de 1000 páginas.

En esta novela, en la que pese al título Copperfield puede considerarse casi como un personaje secundario, o mejor, como un mero hilo conductor en torno al cual se enrredan las vidas de una decena de personajes, muchos de ellos absolutamente inolvidables.

Nombraré solo a algunos de ellos: el simple y entrañable Mr Dick, la inflexible y enérgica Miss Trotwood, el ingenuo e inefable Mr Micawber, el atractivo y peligroso Steerforth, el bondadoso y esforzado Mr Peggoty, la abnegada y carinosa Miss pegotty, el malvado y cruel Mr Heep, el fiel y simplón Traddles, la infantil e inocente Dora... Y algunos más.

David Coperfield, además de lo anterior, es uno de esos libros que te acompaña y que pasa a formar parte de tu vida durante semanas. Durante las semanas que vives a caballo entre su mundo y el tuyo. Y durante las semanas en las que, poco a poco, el recuerdo es reemplazado por otros más recientes.

Pero nunca del todo.

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