martes, 29 de junio de 2021

Juan Belmonte, matador de toros, Manuel Chaves Nogales

Sigo con Chaves Nogales.

Otra prueba de su gran talento es conseguir interesarme con la crónica de la vida de uno de los grandes toreros españoles de principios del XX.

La crónica me apasiona más por lo que nos dice de España que por lo que nos dice de Belmonte. Por lo que nos dice de esa España en la que una figura del toreo era lo más grande que se podía ser. Aquella en la que algunos chiquillos estaban devorados por el ansia de torear, hasta el punto de ser capaces de caminar toda la noche, tras pasar el día ganándose el jornal, para llegar a una finca en la que desnudos a la luz de 
la luna, poder dar unos pases al morlaco. Y por su puesto, a jugarse la vida, varias veces. La primera al cruzar el río a nado y a oscuras. La segunda, al ponerse delante del toro. Y la tercera al arriesgarse a que el dueño de los animales o la guardia civil, le metieran un tiro entre pecho y espalda antes de preguntar.

Y es que, ya lo decía Espartero, torero sevillano de finales del XIX: más cornadas da el hambre.

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