martes, 24 de junio de 2014

Memorias, Albert Speer

Albert Speer, ministro de Armamento del IIIer Reich hasta la caída de Berlín, fue el único jerarca cercano a Hitler, no directamente vinculado con el partido Nazi. De hecho, Speer comenzó su carrera como arquitecto al servicio del gobierno. Solo más tarde, la especial sintonia entre Hitler, arquitecto frustrado, y Speer, arquitecto notable, colocó a éste en un lugar privilegiado desde el que pudo, gracias a sus innegables dotes técnicas y organizativas, ascender hasta la cúspide del organigrama Nazi.

Al final de la guerra Speer ocupó mucho espacio en los medios de comunicación por no hallarse demasiado lejos de la petición de disculpas, del arrepentimiento y del trabajo en favor de la reconstrucción de Alemania.

Sus memorias, escritas a lo largo de muchos años en la carcel de Spandau, son un testimonio de gran interés aunque debe ser puesto en entredicho en muchos aspectos.

El interés principal de los primeros capítulos está en su relato de las relaciones con Hitler. El fuhrer, apasionado de la arquitectura, quiere a Speer trabajando para él y para el Reich porque valora la capacidad del arquitecto para construir para la eternidad. Hitler estaba convencido de que la única manera eficaz que tienen los imperios de trascender su marco temporal es mediante la arquitectura. Y Speer era capaz de proporcionar ese tipo de monumentos neoclásicos, de dimensiones inhumanas, que provocaban en sus compatriotas una mezcla de pavor y admiración que era muy querida por Hitler.

Con el avance de la guerra, el foco de la narración se va desplazando hacia un retrato minucioso y detallado del día a día en las cercanías de Hitler y del funcionamiento del Gobierno del Reich.

Hacia el final de la guerra, la narración gana tono emotivo y se centra en los desencuentros entre Speer y Hitler y en los esfuerzos del primero por hacer valer sus decisiones, siempre orientadas hacia la eficacia técnica, y saboteadas por el leviatán de la burocracia nazi y a las decisiones, cada vez más alocadas e irreflexivas, del propio Fuhrer.

Las memorias concluyen con un relato del juicio en Nuremberg y la estancia de Speer en estancia en Spandau, con gastos pagados, por casi 20 años.

Llama la atención alguna ausencia. Por ejemplo, todo lo relativo a la Shoah. En cambio, merece el elogio el reconocimiento explicito de culpabilidad y cobardía moral que hace Speer cuando dice que
... en el fondo, los que me interrogan esperan que me justifique. Sin embargo, no tengo ninguna escusa...

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