sábado, 16 de julio de 2016

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Haruki Murakami

Murakami es uno de los grandes de la literatura. Grande en ventas, grande en prestigio entre los críticos, grande en reconocimiento por los lectores. Uno de los eternos candidatos al nobel, junto a Pynchon, Roth y algún otro.

Hace tiempo que tenía ganas de leer algo de Murakami, aún presintiendo que mi entusiasmo iba a ser limitado. Pero los devotos, tenemos un precio que pagar. La renuncia no nos está permitida.

Y yo, devoto total de la novela como primordial  elemento configurador del mundo artístico, ideológico y ético del sapiens sapiens, soy capaz de zamparme más de 800 páginas de Murakami, aún presintiendo la decepción.

Y para ello voy a una de sus novelas más grandes. También más ambiciosa y más difícil. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.

Bueno, estamos en verano y tampoco tengo mucho que hacer...

El argumento se podría resumir como sigue: en un momento determinado, la desaparición de Noburu Wataya, el gato, y de Kumiko, la esposa, marcan el inicio de una serie de sucesos más o menos enigmáticos e inesperados en la vida del protagonista, Turu Okada. Poco a poco iremos asistiendo a la presencia de diversos personajes, de lo más extraños, que mantienen relaciones, de lo más variopinto con el protagonista, su historia y la realidad. La narración avanza impulsada por la búsqueda de Kumiko, de manera tortuosa y psicotrópica.

La literatura de Murakami en ocasiones tiene un aire entre onírico y alucinatorio, que en esta novela, se lleva a su grado más alto. Disfrutar de la Crónica... exige dejar en segundo plano la historia principal, abandonarse a la eficaz prosa de Murakami y fantasar con el carácter fuertemente simbólico de algunos de los pasajes de la novela.

Yo no lo consigo. He terminado la novela, y reconozco la maestría de Murakami para contar historias, pero su mundo, muy oriental, enigmático y simbólico, no es el mio.

En cambio, he disfrutado mucho las pequeñas narraciones del teniente Mamiya, que se intercalan de vez en cunado y en las que Murakami, a mi modesto entender, alcanza su máxima altura.



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